¿Somos capaces de desconectar y descansar en verano? Las mujeres soportan una carga de cuidados laborales, sociales y familiares que, lejos de disminuir, aumenta con las vacaciones. Hablamos con Eva Haro Laguna, psicóloga colaboradora de nuestro programa ‘Minas, Empoderamiento de las Mujeres del Mundo Rural’
Eva Haro Laguna es psicóloga especializada en la salud de la mujer y actualmente trabaja en un centro de la mujer en Albuñol en Granada. Lleva trabajando más de 15 años en mujeres y malestares de las mujeres con un enfoque feminista. Es vicepresidenta de la Asociación de Psicología Feminista y colabora con la delegación de Bienestar Social, Igualdad y Familia de la Diputación de Granada desde 2016 dinamizando el taller Minas, Mujeres Impulsoras de Nuevos Avances.
Trabajas en este tipo de talleres con mujeres rurales de la provincia de Granada, en municipios donde esas mujeres seguramente agradecen sentir que hay una institución que está haciendo algo por ellas y les impulsa a dar un paso en su autonomía, a tratar de mirarse y cuidarse; en la mirada no sólo hacia dentro, también hacia fuera. Con cursos como Minas, con varias sesiones de trabajo, esto parece ser todavía más interesante.
Efectivamente, la palabra tiene un poder de transformación enorme, tiene la capacidad de producir cambios de importancia vital en sus vidas. Este tipo de taller tiene una parte grupal donde se crea una sinergia muy interesante en el ámbito de un pueblo pequeño, porque al principio podemos encontrar gente muy cerrada que se supone que se conoce, entonces les cuesta más expresarse o compartir pero conforme van pasando las sesiones crece un poder entre ellas, una relación que yo llamo semilla, y en la que ellas creo que ya se encargan de empezar a florecer de una forma muy bonita, rápida y en grupo. Es una maravilla.
Este taller en concreto también tiene sesiones individuales donde puedo trabajar de forma personalizada con cada una de ellas. Normalmente son grupos de 15 a 20 mujeres, dependiendo de los pueblos. Al principio, muchas de las participantes expresan ciertas reticencias, pensando que el taller es muy largo y que no van a sacar tiempo; pero luego lo logran y de hecho vienen súper reforzadas a decir que quieren más. Hay un antes y un después en algunos pueblos, por lo menos en los talleres que yo he dirigido. A raíz de los talleres y encuentros, las mujeres se han agrupado e incluso creado asociaciones específicas. Como tú bien has dicho, han trabajado en su interior, o sea, hacia adentro, en su ámbito más íntimo, en el ámbito familiar. Pero es que luego han dado un paso a lo público. En este taller es donde yo veo una transformación en las mujeres.
En mi trabajo en redes sociales encuentro una expresión muy recurrente entre mujeres: «Estoy cansada». Percibo que esta sensación es un quejío auténtico. Creo que las mujeres estamos haciendo triple jornada con el trabajo laboral, el familiar y el social, me gustaría que me dieras tu valoración como psicóloga.
Efectivamente, es una cuestión de género y es en el tema de los cuidados donde la sociedad nos sigue interpelando. La cultura, por muy modernas que nos creamos, sigue formando parte de nuestra identidad y nos recuerda todo el tiempo que los cuidados nos corresponden a nosotras. Sigue habiendo una exigencia en este sentido a todos los niveles y en todos los ámbitos. Hay muchas mujeres que dicen: «La verdad es que a mí nadie me pide que yo esté ahí cuidando; pero si no lo hago, me siento mal, me siento culpable. Eva, ¿cómo puedo dejar de sentirme culpable?».
Entonces hablamos de si empezamos a poner límites, a decir ‘no’ a esa exigencia de cuidados en una dimensión muy amplia del concepto— que abarca no sólo a las criaturas sino también a las personas mayores, las mascotas, las amistades, etc— nos sentimos mal; preferimos decir sí aunque seguimos con esa sensación de que estamos siempre cuidando. La negativa nos genera a veces esa tensión emocional de decisión, como que me estoy sintiendo mala persona, porque además nos han construido desde una identidad de ser buena persona, buena niña y aceptar todo. Siendo “buenas niñas” es cómo vamos a lograr el amor, y el miedo a no ser queridas o a ser rechazadas logra que, al final, decidamos de forma no libre porque estamos construidas en este sistema patriarcal, con una identidad de género que nos impulsa a ser nosotras mismas las que nos obliguemos a hacer las cosas: a cuidar de la casa, de las plantas. Esto es muy cansado e impacta en nuestra salud. Esto pasa en el mundo rural, pero también de otra forma en las ciudades.
Sufrimos un cansancio físico pero también un cansancio psicológico. Luego tenemos la trampa de la mujer moderna donde quizás creemos que por sacar tiempo para una hora de yoga, por ponerte un ejemplo, estamos mejor que otras. Pero si realmente analizamos los sacrificios que hemos tenido que hacer para organizarnos y sacar tiempo, antes y después de hacer yoga, todo esto puede suponer un estrés adicional.
En el caso de familia al uso tradicional donde hay una pareja con criaturas y/o personas mayores muchas veces encontramos que la famosa corresponsabilidad realmente suena a chino mandarín. En muchísimos casos, el tema de de los permisos iguales y paritarios es una utopía; me encuentro a menudo en el mundo rural a muchas madres que acaban de parir y me dicen, «Eva, él se ha cogido el permiso y se pasa el rato tomando cerveza con el aire acondicionado». Pues te puedo llegar a decir que no estamos cansadas, estamos agotadas. Hemos comprado esta versión moderna de la mujer, hablamos del síndrome de superwoman, de la exigencia de hacer todo súper bien a nivel laboral, porque tengo que demostrar —mucho más que que ellos que por supuesto son muy buenos profesionales— que rendimos al 100%; hablamos de la buena madre que con las criaturas sin escuela tiene que organizarlo todo: con quién los va a ‘colocar’, quien los va a recoger, etc; sin hablar de las tareas del hogar, la lista de la compra o el cuidado de los mayores.
Tenemos que ser buena hija, buena amiga, buena madre. Todo eso cansa porque significa estar todo el tiempo pendiente de las necesidades de los demás, pensando en las necesidades de los demás para ser queridas, para no ser rechazadas, para no sentirnos culpables. Contamos con todos los ingredientes para que, sin que nadie nos diga nada, seamos nosotras las que nos levantemos inmediatamente y nos restemos tiempo, incluso horas de sueño y más en verano que se duerme peor.
Otra idea que se suele prodigar acerca de las mujeres es que sabemos hacer varias cosas a la vez, ¿Creemos que se trata de algo maravilloso? Realmente es perverso pero nos lo han vendido como algo positivo.
Entonces, confirmamos que es muy importante la revisión continua.
Efectivamente, por ejemplo, en mis talleres, cuando alguna mujer en las dinámicas de grupo dice «eso a mí no me pasa», yo siempre contesto «vamos a ver a las que no les pasa y las que no creéis que no os pasa»; y es que hemos interiorizado modelos genéricos por miedo al rechazo, porque decir no a otra persona no va a gustar. El tema del cuidado es poner límites, tenemos que aprender a poner límites y a veces no es fácil. Depende en qué contexto y con qué estructura familiar. Por mucho que yo quiera poner un límite, luego tengo que aguantar una cara larga, silencios, — a lo mejor no hay un grito pero los silencios también duelen y mucho — entonces al final acabo cediendo por la tensión generada.
Para mi, las mujeres que hacen pequeños cambios son muy valientes porque es muy duro que siempre haya que pedirle a la mujer una transformación cuando la estructura social es inamovible. Los hombres conocen el tema de la corresponsabilidad y en general no la asumen, no investigan, no están proactivos en ese cambio, con un click podrían informarse.
La sociedad tendría que poner recursos reales de corresponsabilidad y de conciliación porque la sobrecarga en los cuidados viene por la falta de recursos; y con recursos me refiero a personas contratadas, a espacios de guardería, de ludoteca, con horario extensible, con subvenciones dirigidas a los cuidados de esas criaturas y al bienestar de las mujeres.
¿Todas las mujeres viven las mismas realidades?
En el caso de las mujeres de la ciudad, muchas veces no tienen una red de cuidados como pueden tener, o tenían —porque está cambiando todo muy rápido—, las mujeres rurales. Luego contamos con las mujeres inmigrantes ¿Cómo se organizan entre ellas? Entre amistades por la falta de recursos y luego también hay que tener en cuenta el horario, la compatibilidad del horario de conciliación con los horarios laborales de estas mujeres, algo que aboca también a trabajos de media jornada en vez de jornada completa. Las mujeres migrantes tienen una doble carga de cuidados, la de su familia, y la de otras para las que trabajan. La imposibilidad de conciliar puede traer consigo la precariedad económica y la dependencia económica de otra persona; de este modo, todo el sistema está abocado a que— a pesar de que se nos dijo que las mujeres podíamos entrar en el mundo laboral— realmente, la igualdad de oportunidades no existe en el momento que yo tengo que conciliar con críos, con personas mayores.
¿Qué retos encuentras en las mujeres con las que trabajas?
Por mis talleres y consultas he tenido a mujeres que cuando se les pregunta ¿Qué te hubiese gustado hacer y no has podido? responden: estudiar. Tienen esa espinita clavada, sienten una autoestima laboral baja, bajita. También aparece mucho el tema del autocuidado, de cómo pierden amistades, que la casa y los cuidados le absorben hasta no tener tiempo ni de pararse, hasta el punto de no saber que es lo que querían y que es lo que no querían. Tienen la sensación de haber estado en piloto automático.
Yo trabajo mucho el tema de no posponer. Esa idea que nos han hecho creer: ‘bueno, cuando los niños sean más grandes, ya podré ¿No?’ Yo creo que este trabajo hay que hacerlo ya y hay que priorizarse. Cada día nos tenemos que levantar con la intención de buscar al menos aunque sea cinco minutos, diez minutos para hacer algo que nos agrada. Otra de las preguntas que les formulo en el taller es: Para ti ¿Cuándo es el mejor momento del día? Me suelen contar que es por la noche cuando todo el mundo se ha dormido. Todo se ha hecho ya, y están en el sofá y se quedan dormidas. Y entonces yo les digo, «No, esa no es la pregunta, lo que me has descrito es un momento de descanso. Yo pregunto por un momento de relax consciente. Tú estás descansando del agotamiento que tienes». Entonces les marco la diferencia para que no consideren su momento de relax como un momento de descanso. Trabajamos mucho en la búsqueda, aunque sea de cinco o diez minutos, de momentos donde ellas sean conscientes de que están haciendo algo que les gusta, que les hace sentir bien y que además lo va a comunicar al entorno: este es mi momento y es innegociable, inamovible.
Entonces, después de todo lo que hemos hablado, ¿En verano descansamos todos?
En verano es el periodo donde las criaturas no están en el cole así que, generalmente, ese tiempo libre lo tiene que cubrir la madre en el único hueco que que tiene del día; además, pongamos un ejemplo, todo lo que supone llevarles a la playa: pensar en todo lo que necesitas, llevar no sé cuántos bártulos, las duchas cuando vuelven; fíjate la tontería, si tengo alguna o alguno con el pelo largo me tengo que tirar una hora lavándole el pelo, peinando el pelo.
Luego hay que poner la lavadora, la casa que en verano está más sucia, todo está por en medio; y como nadie recoge, ahí se hace más evidente la falta de corresponsabilidad de todas las partes de la familia. Porque además, los críos no están interiorizando que esas son tareas propias. Las generaciones que vienen, volvemos a generalizar, no tienen interiorizado la corresponsabilidad, les hemos convertido en niñas y niños burbuja. Con estudiar es suficiente y no hacen casi nada en la casa.
Y ya que nos ponemos con el tema del cuidado, quiero hablar de sentir el cuerpo; en mis talleres trabajamos todo el tiempo con lo que tiene que ver con la salud de las mujeres, tanto psicológica como física; y en esa necesidad de estar cuidando de los demás no se marca un límite hasta el punto que la mujer no suele escuchar su cuerpo. Tienen que estar incluso hasta estando enfermas. Así que trabajo esa falta de esa conexión con el cuerpo, ese «No me lo puedo permitir» para superarlo.
¿Con qué frase resumirías todo?
¿No vamos a estar cansadas? Motivos nos sobran, sería el titular para mi.