En Bérchules, un tinao tradicional ha sido transformado en un espacio de memoria y homenaje gracias a la puesta en marcha del proyecto Huellas. Un proyecto impulsado por la Delegación de Bienestar Social, Igualdad y Familia de la Diputación de Granada en colaboración con el Ayuntamiento de la localidad.
Esta instalación artística pretende rescatar las memorias de las mujeres que han forjado la historia de este pueblo. Esas mujeres cuyas vidas y experiencias han ido quedando, en gran parte, en el olvido.
La pieza central de esta instalación es un tapiz colectivo de gran formato, tejido por las mujeres participantes en el proyecto, en el que se han usado telas y tejidos rescatados de sus casas, y que evocan las antiguas tradiciones textiles de la comarca. Cada hilo representa una historia individual que se entrelaza con las demás, creando un relato colectivo que nos habla de la lucha, la resiliencia y el legado de las mujeres de Bérchules.






En el centro del tapiz, una silla vacía se erige como un poderoso símbolo de la ausencia e invisibilidad de estas mujeres en el presente. Una silla que no es un “objeto más” sino una invitación para reflexionar sobre las voces femeninas silenciadas, las historias de mujeres olvidadas, y las tradiciones perdidas asociadas a ellas. Simboliza la necesidad de mantener viva la memoria colectiva, y de recoger sus aprendizajes y experiencias para seguir adelante.
La instalación se completa con otras sillas, intervenidas textilmente, y pequeños tapices creados por las mujeres de Bérchules, proponiendo un diálogo creativo con el pasado.
Estas piezas son expresiones individuales de las mujeres que han participado en el proyecto, que enriquecen el relato colectivo de nuestras predecesoras, y que nos invitan a reflexionar sobre la importancia de preservar la memoria para construir un futuro más inclusivo y equitativo.
El proyecto Huellas en Bérchules es un homenaje a las mujeres que nos precedieron, un reconocimiento a su papel fundamental en la construcción de nuestra comunidad.







Y esta instalación artística es un legado para las futuras generaciones, una invitación a recordar, reconocer, visibilizar, valorar y mantener viva la memoria de quienes nos han abierto el camino.
En mi casa hay una silla que es mucho más que un simple mueble: es un tesoro de recuerdos, un símbolo de las mujeres fuertes y trabajadoras que me criaron.
Es una silla de madera, con el asiento de anea tejido por manos que ya no están, manos que acariciaron mi infancia y me enseñaron el valor de las tradiciones. Una silla que perteneció a mis abuelas, mujeres que dedicaron su vida a su familia y a su pueblo.
A ellas, sentadas en su silla, las recuerdo junto a la lumbre, cocinando en el fogón de leña, preparando las patatas que luego sembrarían en el campo, desgranando las panochas de maíz que alimentarían a sus hijos, o descascarando almendras. También las tardes de verano, cuando el calor apretaba, las recuerdo sacando la silla a la puerta de la calle para “tomar el fresco”, charlar con las vecinas o bordar velos.
Recuerdo a una de mis abuelas sentada en esta silla, remendando la ropa de mis primos, cosiendo los colchones de lana y farfollas. Sus manos se movían con agilidad y sabiduría mientras me contaba historias de otros tiempos, de cuando Bérchules era un pueblo aún más pequeño que ahora y donde la vida era más dura, aunque también más sencilla.
Mi otra abuela también se sentaba en esta silla, junto al fuego, para contarme historias, cuentos o acertijos. Yo la escuchaba con atención, mientras el fuego iluminaba su rostro arrugado que rezumaba bondad. Noches y largas veladas sentadas frente al fuego conversando.
Una silla que también ha sido testigo de momentos importantes en la vida de nuestra familia. En ella hemos velado a nuestros difuntos, acompañándonos unas a otras en el dolor. En ella hemos celebrado nacimientos y bodas, compartiendo alegrías colectivas.
Hoy, mirando estas sillas, me acuerdo de mis abuelas.
De lo que me enseñaron,
De cómo lucharon y sacaron adelante a sus casas.
Pienso en ellas y me doy cuenta de que soy parte de algo más grande: una cadena de mujeres que no se rindieron.
La silla de anea me traslada a un mundo de tesoros y recuerdos que guardo con mucho cariño en mi corazón. Momentos de autenticidad, de mi infancia, de compartires, de mis abuelas, de mi pueblo.
Una metáfora de todo lo que me han enseñado las mujeres de Bérchules: su amor, su coraje, su espíritu, su valentía, sus luchas diarias.
Esta silla, la silla de la memoria, se convierte en un legado que quisiera transmitir a mis hijos, hijas, nietos y nietas.
Quiero que sepan que en ella se guardan partes muy valiosas que forman parte de la historia de nuestra familia, la historia de nuestro pueblo, la historia de las mujeres de Bérchules.