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Malestar psíquico y sufrimiento en mujeres: una perspectiva feminista en salud mental

  • Hablamos con Ana Távora Rivero sobre salud mental, un tema imprescindible cuando hablamos de salud integral de las mujeres  
  • Ana es psiquiatra y psicoterapeuta psicosocial en el Hospital Virgen de las Nieves; e investigadora y profesora de la Universidad de Granada

La salud mental de las mujeres es un tema de creciente preocupación. En España, las mujeres son diagnosticadas de algún problema de salud mental con mucha mayor frecuencia que los hombres. Según la Encuesta Nacional de Salud (ENSE) de 2017, el 14,1% de las mujeres frente al 7,2% de los hombres reportaron algún problema de salud mental. Esta diferencia se mantiene en datos más recientes, donde un 61,3% de las personas que han sufrido problemas de salud mental son mujeres, frente al 38,3% de hombres. La prevalencia de la depresión en mujeres duplica a la de los hombres (7,1% frente a 3,5% en 2020). En casos de depresión grave, la diferencia es aún mayor: por cada caso grave en hombres, hay 3,5 en mujeres. La ansiedad afecta al 10% de la población general, pero es el doble en mujeres (14%) que en hombres (7%). Las mujeres menores de 29 años y mayores de 55 años son las principales afectadas por la depresión. Se estima que más del 25% de las mujeres presentará un episodio de depresión mayor a lo largo de su vida, frente al 12% de los hombres.

El origen del sufrimiento: relaciones y construcción de identidad

Para la psiquiatra y psicoterapeuta del Hospital Virgen de la Nieves, Ana Távora, es preciso un enfoque psicosocial y feminista para comprender y abordar esta situación. Desde este enfoque, el sufrimiento no es simplemente un desajuste biológico, sino una manifestación de cómo las experiencias vitales y las expectativas sociales y políticas moldean la identidad de las mujeres. Cómo se cubrieron tus necesidades más básicas en el grupo familiar, cómo fueron tus relaciones en otros grupos, cómo fueron las experiencias en momentos claves de tu vida, el colegio, la adolescencia, las primeras relaciones de pareja, junto a las características del sistema social en el que vivimos, van a construir diferentes maneras de ser mujeres: Mujeres más sometidas a lo que manda la sociedad, mujeres más libres, mujeres que están en un lugar intermedio, por un lado se han construido desde los valores sociales, madre, esposas, “ángel del hogar” y por otro se resisten a esos roles.

Así, hay vacíos importantes en la historia personal, para los que el sistema social ofrece ‘soluciones y fantasías’ por ejemplo la fantasía de la complementariedad en las relaciones amorosas. Según explica Ana, el sistema social construye la idea de un amor complementario y potencia la fantasía de que en la relación de pareja puedes cubrir las necesidades insatisfechas de otras relaciones, especialmente las que tuviste en tu grupo familiar.  De esta forma muchas mujeres ponen en primer lugar a la pareja y se entregan a conocer y satisfacer las necesidades de los otros, pensando que así le van a dar lo que no le dieron. 

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Ana Távora Rivero en una ponencia.

Más allá de las etiquetas diagnósticas, Ana propone hablar de malestar psíquico y sufrimiento como el resultado de la suma entre la influencia por una parte del contexto político, social y económico, y por otro de cómo nos hemos construido por dentro, en nuestra forma de sentir, de pensar, de hacer, de relacionarnos con nosotras mismas y con las demás. Considera ambos factores, el externo y el interno como determinantes para pasar de ser mujeres subordinadas a la posición de mujeres plenas, no sometidas. En la consulta, comparte, muchas mujeres que presentan problemas de salud mental, se refieren a la insatisfacción que sienten en sus vidas por haber seguido lo que se espera de ellas como mujeres, influyendo estos valores en cómo han organizado sus vidas “me he llevado toda la vida cuidando a los demás y sin preguntarme qué quería yo”. Otras hablan de su lucha interna entre lo que se espera de ellas y lo que son sus deseos, “por un lado quiero tener hijos y por otro no, cada vez que veo a la familia me pregunta por los hijos y yo no sé si es mi deseo tenerlos”. De forma que a veces el malestar de las mujeres está relacionado con la insatisfacción de sus vidas y otras con los conflictos entre ser como se “debe ser” y ser cómo quieres tú.  

Un ejemplo claro que ilustra esta dinámica es la ‘queja’ de las mujeres. La psiquiatra la define como «la protesta de la esclavitud», una señal de que «te quejas por la opresión y te quejas para que no sigan oprimiendo». Al respecto, comenta la situación de mujeres que trabajan incansablemente y llegan a casa para seguir con las labores domésticas. Según la terapeuta, «aparece en ellas la presencia de la culpa por dejar de hacer y en los demás la falta de reconocimiento». Como ejemplo, relata el caso de una señora que le dijo en consulta: «Ana, que mi marido y mis hijos dicen que yo no hago nada» y ella le aconsejó, «póngase usted en huelga tres días para ver lo que realmente haces y que ellos hagan todo lo que has dejado de hacer, igual así toman conciencia de cómo sostienes el espacio doméstico».

Más allá de la ‘enfermedad’: abordando la insuficiencia y el conflicto interno

El malestar psíquico, explica Ana, emerge de una construcción por el sistema social, de que las mujeres son sujetos insuficientes y en falta. Las mujeres, a veces hacen suyo lo que piensa la sociedad y a menudo se sienten culpables, siempre con la sensación de que “podrían hacerlo mejor. Un ejemplo que la psiquiatra menciona es la culpabilidad que sienten las madres trabajadoras: «siempre en insuficiencia, siempre en falta».  Esta autoexigencia y el conflicto interno entre los deseos personales y las expectativas sociales generan una tensión constante. La psiquiatra propone que para liberarse de este malestar es necesario realizar un proceso en el que ir pasando de la posición de mujer sometida a la de mujer emancipada.

Reconoce que gran parte de su trabajo en la consulta es el de acompañar, de forma respetuosa, ese proceso: «En la consulta entendemos los síntomas de depresión, de ansiedad, etc, como expresión de esa lucha entre estar en una posición de sometimiento y pasar a un lugar de mujeres con poder. El poder de no estar tan determinadas por sus necesidades de que la quieran, el poder separarse y diferenciarse de los demás, el poder de construirse como sujeto no solo desde la afectividad, también desde los deseos propios, el poder de llevar las “riendas de tu vida”, en la medida de lo posible. En definitiva acompañar, para ir construyendo una nueva vida que tenga más que ver con tu lugar como sujeto pleno y no como sujeto sometido o sujeto que se siente insuficiente».

La psiquiatra señala que esto implica romper con la categoría de «las mujeres, todas idénticas, todas sintiendo lo mismo». Si aplicamos este concepto a la discusión sobre la menopausia, por ejemplo, Ana argumenta que «aunque todas las mujeres tenemos estrógenos, si tú hablas con 15 mujeres, una te va a decir que ni sabe lo que es la menopausia, otra te va a decir que tiene calores, otra que se está poniendo estrógenos», es decir, que cada mujer experimenta el envejecimiento, la menopausia o la sexualidad de manera única, y para Ana reducir la identidad femenina a sus hormonas o su aparato reproductor «es un ejemplo de cómo la medicina, como dispositivo de poder, homogeneiza las experiencias de las mujeres».

De ahí parte su crítica a la discusión sobre la menopausia: «yo siempre digo que cuando los hombres y las mujeres hablen juntos de lo que significa ir haciéndose viejo, entonces sí me sentiré incluida».

El malestar extremo: culpa y psicosis en mujeres maltratadas

La psiquiatra ofrece un caso clínico particularmente ilustrativo de cómo el malestar psíquico puede escalar a niveles severos, especialmente cuando las mujeres se enfrentan a la culpa internalizada y al juicio social por romper con roles preestablecidos.

Relata el caso de una paciente: «una señora que vivió muchos años con un maltratador y además consumidor de alcohol». Ana relata que la mujer se separó de su marido y a los 15 días de separarse presentó un cuadro psicótico con alucinaciones, con ideas delirantes. «¿Y qué es lo que había detrás de eso?  la terrible culpa que le causaba pensar que había destrozado a su familia, a sus hijos. Su entorno no dio reconocimiento a su decisión de separarse a pesar de los 14 años de maltrato que había sufrido».

Desmantelando la subordinación: herramientas para el cambio

Ana trabaja para que las mujeres puedan salir de estos roles, ayudándoles a descubrir y entender «la utilidad por la que incorporaron esos valores y esa ideología en sus vidas». Por ejemplo, en mujeres muy centradas en la familia, Ana aborda cómo «el deseo de ser imprescindibles se relaciona con su posición de subordinación como mujeres, manteniendo la fantasía de que una se construye como sujeto solo a partir del amor de los otros».

Reflexionamos sobre la importancia del poder y la privacidad, la necesidad de un espacio contigo para poder preguntarte sobre cómo te sientes, que te viene mejor y qué peor con las cosas concretas que van pasando en tu día. Ana nos comenta que se refiere a las dificultades que tienen muchas mujeres para autoafirmarse. Pone el ejemplo de mujeres que en su vida cotidiana pueden tener una representación de ellas mismas, menos válidas que su pareja. Nos cuenta como al salir de un curso una de las compañeras no encontraba donde había aparcado el coche, y lo primero que hizo fue llamar a su marido para que lo encontrase. «¿Qué tiene que estar pasando dentro de ti, para pensar que él va a encontrarlo mejor que tú? ¿Cuánto de esa creencia es tuya y cuanto es política?¿Cuánto le interesa al sistema social que las mujeres nos sintamos incapaces de gestionar las dificultades instrumentales de nuestras vidas? ¿Cuántas fantasías se ponen en lo que pueda dar, o hacer el otro?», reflexiona.

En cuanto a la privacidad, cita a la autora Soledad Murillo en su texto “El mito de la vida privada”. Recuerda lo que plantea la autora en relación a la “entrega al tiempo propio” en las mujeres. Y cómo para muchas de ellas, lo privado es equivalente a lo doméstico. La psiquiatra lo ilustra con el ejemplo de médicas que comentan como cuando están salientes de guardia y tienen tiempo, se ponene a arreglar los ropero’. Un tiempo libre que podría usarse, pone como ejemplo Ana, «para quedarte contigo preguntándote qué cosas te encajan, cómo te ha ido el día, dónde te has sentido mejor». Una privacidad que, según Ana «te da poder, te permite descubrir los deseos que van a ayudarte a ser un sujeto pleno».

Finalmente, subraya la importancia de la relación entre mujeres: «El sistema social devalúa las relaciones entre mujeres y los formula como espacios de rivalidad y competitividad. Sin embargo, estos espacios comunes son cruciales para el sostenimiento emocional y la reflexión crítica, permitiendo a las mujeres tomar conciencia de la importancia de esta articulación entre el mundo interno y el externo. Los espacios entre mujeres son un lugar privilegiado para aprender otras formas de relacionarse, para aprender entre mujeres, diferentes maneras de construirse, mujeres con culpa, mujeres sin culpa, mujeres que se sienten imprescindibles de las que no quieren eso, mujeres que hacen y las que dejan de hacer, mujeres que quieren tener poder y otras que quieren sobre sentir que forman parte de relaciones, mujeres viajeras, mujeres caseras, etc». 

En última instancia, la salud para las mujeres significa tener las condiciones para ser sujetos diversos, con múltiples formas de pensar y vivir, y con procesos de concienciación que las lleven a construir la mejor vida posible. El trabajo terapéutico se centra, sobre todo, en hacer visible el papel que tienen las fantasías que construye el sistema social en nuestras ideas sobre nosotras mismas, sobre los y las demás y sobre la vida. Fantasías que construyen el malentendido de que si das, te darán. Tomar conciencia y hacer el duelo de lo que no puede ser. A partir de ahí estamos en las mejores condiciones para construir una vida con lo real posible. 

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