Un tapiz de la memoria muestra la relación entre el cultivo de tabaco y los saberes femeninos que marcaron un pueblo. El proyecto de la delegación de Igualdad de la Diputación de Granada y el Ayuntamiento de Cijuela muestra la fuerza, la dignidad y la alegría que acompañaron el trabajo de «Las mujeres del tabaco».
HUellas Cijuela es un proyecto impulsado desde la Delegación de Igualdad de la Diputación de Granada en colaboración con el Ayuntamiento local, cuyo propósito principal es recuperar, visibilizar y poner en valor la memoria de las mujeres que, con su trabajo, sostuvieron la vida cotidiana del municipio y cuyas voces a menudo permanecieron en silencio. A través del arte y la creación colectiva, el proyecto transforma la experiencia de estas mujeres en un legado compartido.
El tabaco rubio: pilar económico y escenario de vida
La exposición «Huellas Cijuela» se centra en la memoria viva del tabaco rubio. Entre los años 40 y 60, el cultivo de este producto fue un pilar económico y social que no solo proveía sustento, sino que también generaba empleo, tejía comunidad y fortalecía los vínculos vecinales.
El cultivo se organizaba con precisión, desde la siembra en «joyas» (semillero), el trasplante, hasta el corte de la flor, el deshojado, la elaboración de manillas y el alistonado. Este sistema de trabajo, con figuras como el capataz o «manijero», enseñaba disciplina y resiliencia. Los cortijos y los hornos eran escenarios de trabajo compartido y de una intensa vida comunitaria.
Un Tapiz de Memorias tejido por las protagonistas
La obra resultante de este proyecto se compone de seis paneles y un tapiz textil. Los paneles contextualizan el cultivo del tabaco, aportan lectura histórica y social, y rinden homenaje a los oficios y saberes femeninos.
El tapiz, tejido íntegramente por las mujeres participantes, dinamizadas por la artista textil Beatriz Constan, recorre el ciclo vital de la hoja de tabaco a través de sus colores y texturas: los verdes del brote, los tonos tierra de la maduración y los dorados del secado en los hornos. Cada hilo y cada variación cromática constituyen un gesto poético expresivo que convierte un trabajo diario, duro y silencioso, en una creación común, llena de belleza y cuidado. El recorrido por la obra invita a transitar un espacio donde memoria y presente se entretejen, revelando la fuerza, la dignidad y también la alegría que acompañaron el trabajo de “las mujeres del tabaco”.




Voces de la jornada: Esfuerzo, canto y satisfacción
Las mujeres de Cijuela recuerdan su trabajo en el tabaco como una «escuela de vida». Aunque la labor era dura y exigente —incluyendo tareas como cortar la hoja, deshojar y alistonar—, conseguían hacerla llevadera «cantando entre risas». El olor intenso de las hojas, el vapor de los hornos y la humedad se mezclaban con sus voces y canciones, como las de Joselito o «Los 12 Cascabeles».




Iban vestidas con faldas largas, pañuelos o sombreros, mangas largas y alpargatas de esparto o cáñamo, caminando juntas por el camino (la «carrera») al amanecer. Cada jornada, aunque larga y agotadora, se convertía en un espacio de aprendizaje, transmisión de saberes y comunidad, donde la risa y la solidaridad se entrelazaban.
El jornal obtenido, que les permitía ayudar en casa, comprar ropa o alimentar a sus hijos, les proporcionaba un gran sentido de satisfacción y orgullo.
Testimonios de una época
Dos de las mujeres que compartieron su experiencia en el proyecto son Adriana Serrano Rodríguez y Josefa Muñoz Jiménez.
Adriana Serrano Rodríguez, nacida en 1940, comenzó a trabajar con el tabaco a los catorce años, primero alargando la hoja y luego aprendiendo a alistonar. Ella recuerda que el entorno del tabaco «era un mundo de mujeres» y que, a pesar de que las jornadas eran largas, a veces hasta las once de la noche, había alegría y cantaban «La espinita» sin dejar de mover las manos. Para ella, lo que más le gustaba era alistonar, un trabajo donde se sentía «útil y fuerte». Tras el fin del trabajo del tabaco, emigró a Francia a los dieciocho años, pero aún guarda cada olor, cada canción y cada hoja.






Josefa Muñoz Jiménez, nacida en 1942, también comenzó siendo niña, regando las «ollas» para la siembra. A los catorce años, empezó a alistonar ganando un jornal de mujer. Josefa recuerda que a la faena se unían mujeres de otros pueblos (como Láchar y Fuente Vaqueros), llegando a ser más de cien personas. Después de la pérdida de su padre, trabajó día y noche para sostener a su familia. La huella que le deja el tabaco es positiva: «Fue una vida dura, pero feliz, porque no conocía otra».
Oficios que tejieron la identidad del pueblo
Además de las trabajadoras del tabaco, el proyecto «Huellas Cijuela» reconoce a otras «Mujeres Referentes» que sostuvieron la vida del pueblo con sus manos, en oficios visibles o invisibles como lavar, coser, vender, curar, enseñar y criar.
Entre ellas se recuerdan a tenderas como Antonia Peña Rubio y María Pertíñez García, panaderas como Visitación Rosua y Carmela Molina, la curandera Estrella, y la maestra Doña Julia, que enseñó con paciencia a varias generaciones. También se recuerda a Matilde Zapata, «la Telefónista», quien conectaba las voces del pueblo, y a modistas como Paquita la Costurera. Matronas como Elisa y Brígida también son recordadas con cariño.


