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Las andaluzas ¿Queremos volver a ser lo que fuimos?

Por una Andalucia donde quepamos todas donde no haya ultimas ni primeras - Igualdad en Granada

Imagen Collage de Jara Díaz Vázquez, La Niña de la Caty

Morena 
La de los rojos claveles 
La de la reja florida 
La reina de las mujeres 
Morena 
La del bordado mantón 
La de la alegre guitarra 
La del clavel español
La Morena de mi Copla.

Así dice el estribillo de La Morena de mi Copla, una canción popular que apelaba a un universal cultural, engendrado en un cuerpo de mujer, como es La Chiquita Piconera. Así: «Como escapada de un cuadro y en el sentir de una copla, toda España la venera y toda España la adora. Prenda con su taconeo la seguirilla de España y en sus cantares morunos en la Venta de Eritaña», continúa la letra dedicada a la mujer morena, pintada por Julio Romero de Torres «Con los ojos de misterio y el alma llena de pena. Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora. Y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora».

Pero Andalucía no es España. Ni la Morena se escapó de un cuadro. Porque no es una imagen pictórica pasiva. Es una mujer andaluza, que no se llama Morena, ni “Chiquita Piconera”, sino María Teresa López, se llama Natalia Castro, no “Ofrenda Torera”, se llama Enriqueta Contreras, no “Venus Andaluza” y todas encarnan una agencia política transformadora. Al igual que Andalucía, las mujeres andaluzas han sido históricamente representadas en un rango distinto que las ha construido como entes más  accesibles, irracionales, serviles, seres únicamente sexuales, catetas, bastas, calibanas, fantasiosas, romantizadas y exotizadas, fin. Exactamente igual que la matria que las parió, Andalucía. Ese territorio, interpretado como ocioso, a consumir, donde media la sociedad del espectáculo porque la incorporación al sistema mundo se ha hecho a través de que dialoguen los capitales y no las relaciones genuinas entre personas. 

Y esto se ha hecho desde todos los entes: cultural, político y económico. De ahí que no casualmente la economía andaluza se haya polarizado en dos focos principales agricultura intensiva para la exportación y turismo intensivo, sostenido por jornaleras y kellys, biologizando la pobreza a través del mito de la delicadeza y la pulcritud. Creando productos estrella como la denominación de origen alimentaria, productos con estética sin ética, así como ciudades patrimonio donde descansar y tener a menos de 3€ la habitación “limpiá”.  

¿Queremos volver a ser lo que fuimos? ¿O lo que queremos es volver a ser las que fueron?

Por eso, en el día institucional de Andalucía, las mujeres andaluzas debemos replantearnos esta pregunta. Y es que no es lo mismo. Fuimos suplantadas en el cine, nuestros acentos fueron imitados, el único papel que se nos dio fue el de servir o el de una sexualidad errante que era la culpable de todos los males de nuestro entorno. Nuestra pobreza fue un fetiche para el arte que nos fotografió sucias y descalzas bajando del Sacromonte. Amamantando en la puerta de las Cuevas, o pintadas con un mantón de manila en el que ni se nos nombraba. Bueno, si, pero nuestro bautizo era: Granujilla, Modistilla, La Maja, El Mantón o Ídolo Eterno, como rezan las pinturas del considerado como “el pintor inglés de Granada”, George Apperley, uno de los últimos románticos asentados en el territorio, en 1916. Pero debajo de esas palabras que crean mundos, hay trabajadoras del arte, creadoras de zambras y flamenco. Bailaoras y palmeras, enriquecedoras de la tribu. Debajo del mito de Carmen, la de Bizet, porque esa es otra, pareciese que no podemos existir por nosotras mismas y que necesitamos llevar el apellido de nuestro creador: La Chiquita Piconera de Romero de Torres, la Venus Andaluza de Apperley o Carmen de Bizet. Cuando al contrario es muy complicado encontrar apellidos de mujeres artistas creando obras donde son hombres precarizados y anónimos los que aparecen. Pues esa Carmen, también morena y también fatal, era una trabajadora organizada dentro de la fábrica de tabacos, junto a compañeras con trabajos feminizados y precarizados que hacían huelgas de brazos caídos cuando a otras compañeras les restaban condiciones. Que introdujeron mejoras de salubridad en las fábricas, incluso crearon guarderías. Pero es el peligro de nuestro sexo el único reducto que queda como recuerdo, también en la lucha obrera.

Bajémonos a la tierra

Andalucía solo hay una o Dieta Mediterránea son ideales que cubren este patrimonio que es en sí dicha tierra. Pero, como en todo hay una base que sostiene, mantiene, pero no  obtiene y no casualmente tiene nombre de mujer. Todo un plantel de manos hacendosas que se llaman Ana, Juani o Dolores, pero también Aixa, Fátima, Khadiya o Amina, pero que siguen siendo las temporeras, marroquinas, jornaleras, freseras, trabajadoras del manipulado, aceituneras. Mujeres que territorializan Andalucía porque la hacen posible. Pero cuyas condiciones socio-laborales son entregadas a la causa de la ecología mundo, para producir alimento, comida, energía y materias primas que sean extraídas a bajo coste. Bajo el mito de la incorporación de las mujeres a ciertos puestos de trabajo, asistimos a una feminización de la pobreza que les impide ascender en la escala socio-laboral, ancladas a unos puestos de trabajo muy concretos. Ligados a esta biologización que mencionábamos, pues parece ser que ahora tenemos las manos más delicadas para casualmente trabajar más cerca del suelo: coger fresas, aceitunas o limpiar escaleras. Los trabajos que están más cerca del suelo o la tierra son también los de peor estatus social porque recuerdan al mundo animal, al trabajar agachadas.

Ni que decir tiene el impacto físico que estas actividades provocan en la salud corporal y mental. Trabajos, que no empleos, entendiendo el trabajo como la actividad de producción de bienes y servicios y el empleo como el conjunto de las modalidades de acceso y salida del mercado de trabajo, así como la traducción de la actividad laboral en términos de estatus sociales, como explica la socióloga Margaret Maruani. Así, el empleo supone el hecho de tener un trabajo. De ahí que la lucha de las jornaleras o de las Kellys, vaya en post de tener un trabajo compatible con las necesidades básicas de la vida no solo económicas: tiempo de descanso, reconocimiento de enfermedades derivadas de la actividad, aseos adecuados, posibilidad de ir al baño sin necesidad de hacer turnos de espera o habilitación de comedores en el campo para no almorzar sentadas en cajas dentro de los invernaderos, como sucede. Estas y otras luchas encabezadas por mujeres friccionan el mito que recae sobre la andaluza como musa hoy, pero también lo friccionaron ayer con la creación del Sindicato de Emancipación Femenina organizado por la jerezana María Luisa Cobo Peña o la creación del considerado como primer manifiesto feminista del Estado, a través del periódico de corte feminista y social El Pensil Gaditano de Josefa Zapata y Margarita Pérez. 

Blanca, verde y morada

Como dice Mar Gallego, «¡Andaluzas levantaos! Pero si nosotras nunca hemos estado sentás». No obstante, nuestra actividad ha pasado yerma en una historia ficticia construida en gran parte bajo un ojo foráneo, capitalista, blanco y masculino. Nos invito así a replantearnos hoy el significado de nuestros propios símbolos, como en este caso el propio himno. Si no nos cantamos nosotras, nos cantarán ellos y nosotras no estaremos.

El feminismo andaluz o los feminismos andaluces están operando como un oráculo catalizador de historias y reconstructor de genealogías. Urge así revisitar en este día Institucional de Andalucía, quiénes fueron, quiénes son pero también cómo están y dónde se sitúan nuestros cuerpos, nuestros sueldos y nuestro espacio vital.

Por una Andalucía donde quepamos todas, donde no haya últimas ni primeras.

Soledad Castillero Quesada es antropóloga social, Investigadora en el Instituto de Migraciones y Docente FPU Departamento Antropología Social en la Universidad de Granada; ganadora del premio Memorial Blas Infante por su trabajo ‘Las sin Tierra, rompiendo el mito de la musa andaluza’, es la autora de esta pieza de opinión.

Notas de la autora

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